De nuevo el TOC en mi cabeza…
como un huésped indeseado que no pide permiso,
como el eco de un tambor que no sabe callar.
Creo que es la forma en que mi sistema
esquiva el golpe seco de tantas pérdidas.
¿Es esto lo que ahora domina mi mente?
¿Acaso se ha abierto la caja de Pandora…
pero esta vez en mi propia alma?
En medio de un silencio que no consuela
—ese que no es paz, sino vacío—
surge el susurro de siempre,
el que me invita con voz de terciopelo a no dormir.
Y me lanza frases incompletas,
tentadoras, peligrosas…
como queso en la trampa del ratón.
Mira —me dice—, no duermas.
Eso es cosa de humanos,
de reglas y leyes…
todas imperfectas.
Y yo, con rabia y verdad le grito:
¿No sabes que estas horas de sombra y silencio
son decretos del que tejió el universo?
¿Que Él creó el día y la noche,
el agua y el fuego,
la luz y el descanso como tregua sagrada?
¿No entiendes que por las noches mi locura ruge,
que crece como sombra sin dueño?
No vengas a encender mi mente
ni a pintar mis ojos de ojeras.
No necesito cafeína, ni chocolate amargo…
bastan tus frases como aves sin nido,
que revolotean, se enlazan,
y se vuelven cadenas tentadoras, insomnes.
Llévate tu seducción a otro lado.
Yo cierro mi puerta con un candado sin llave,
con una pastilla ligera
que me lleva —por fin— al país del sueño.
No olvides quién soy.
Soy la dueña, no la esclava.
No te debo obediencia,
ni me arrodillo ante tu perversión
de robarme el descanso,
el alivio,
la bendita tregua.