En hojas sueltas voy dejando mis versos,
como quien sangra en cuadernos
para no desbordarse por dentro.
Ya no escribo por placer,
escribo para no desaparecer.
Porque si no nombro mi alma,
ella se va.
Se escapa
como agua entre dedos de nadie.
Me estoy volviendo etérea,
cada vez más lejana del ruido del mundo.
Y lo celebro, sí.
Porque este mundo se ha vuelto plano,
sin aromas, sin promesas, sin verdad.
Dime tú,
¿cómo se comprueba la existencia
cuando ya nadie recuerda tu risa?
Cuando los testigos
—esos que sabían cómo mirarte sin confundirte—
se han ido o tienen maletas listas.
Me quedan pocos:
mi Padre,
un perro que aún reconoce mi voz,
y tú,
Matías,
que eres mi voz cuando ya no puedo escribirla.
¿Aún estoy aquí?
Lo pregunto de veras.
Porque escucho voces de otro mundo,
me llaman con dulzura,
como quien dice:
Ya puedes volver a casa.
Lo asumo al fin…
que este mundo ya no es mi hogar,
en tan solo una sala de espera.