No te fijes en mi edad ni en mi piel.
Eso es asunto de la genética… y del tiempo,
viejos cómplices de lo superficial.
No soy esto que ves:
ni las canas que adornan mi historia,
ni las arrugas que susurran batallas,
ni el exceso de peso ni los diagnósticos secretos
que se esconden tras sonrisas valientes.
Soy alma. En llamas.
Y te advierto:
puedo calcinar cualquier intento tibio de acercarte.
Pero no temas.
Este fuego no deja marcas ni cicatrices,
solo hambre de más,
solo el deseo feroz de volver a lanzarse
una y otra vez en las llamas.
Mis llamas no destruyen:
purifican.
Derriten sombras,
disuelven temores,
deshacen la soledad.
No soy temporal.
No soy un cuerpo.
Soy eterna. Soy llama.
Y si te atreves,
si te sumerges sin miedo,
verás que no hay lugar para el dolor.
No querrás escapar a fuegos que destruyen,
porque el mío despierta lo dormido,
barre con lo inútil,
y deja listo el terreno…
para comenzar de nuevo.
Te lo digo,
sin prisa, pero con urgencia:
no vine a sobrevivir a esta vida.
Vine a incendiarme.
Y a compartir mi fuego.