Sin remedio,
siento el peso inmenso de la vida.
Y no —esto no es una queja—
es un grito mudo, una súplica sin altar.
Hoy no busco consuelo.
Hoy, sinceramente,
quisiera el permiso de soltarlo todo y desaparecer.

Dejar de resistir,
de sostener paredes agrietadas, techos que llueven por dentro,
rutinas que me desgastan el alma
como papel mojado.

Es desesperación,
sí.
Es duelo que no caduca,
es cansancio que atraviesa el cuerpo y ya no avisa
ni de día ni de noche.
Es esa sensación de que hasta Dios me soltó la mano
y se quedó viendo desde lejos,
como quien ya no sabe si intervenir…
o si rendirse también.

Y sin embargo…
tal vez no todo lo que se rompe termina.
Tal vez solo se transforma.
Como las olas que se quiebran para volver al mar.

Estoy viviendo la muerte de una parte de mí.
Una parte que ya no puede más,
que grita en silencio por una pausa,
que se mira al espejo y no reconoce a la mujer fuerte que alguna vez fue.

Pero en ese derrumbe,
hay otra parte que quiere nacer.
No para fingir fortaleza,
sino para saberse libre.

Libre de tener que aguantar siempre.
Libre para pedir —por primera vez, sin culpa—
que alguien me cuide.
Que alguien me escuche sin corregirme,
que alguien me diga que también yo merezco ternura sin condiciones.

El cielo sigue siendo mi meta,
pero ya no porque el mundo me haya expulsado,
sino porque cuando suelte esta pena,
cuando ya no me duela tanto seguir aquí,
viviré como si el cielo estuviera bajando a buscarme.
Como si se abriera dentro de mí.

Y aun así…
mi mente se escapa.
Fantasea. Sueña. Se burla de mí a veces:
—¿Acaso volverán los que se fueron?
—¿Acaso llegará el amor que nunca tocó a mi puerta?
—¿Acaso recuperaré la dignidad de no depender,
de reparar techos, paredes… y también mis grietas?

Vaya ingenuidad la mía,
seguir soñando en esta casa desolada.
Y sin embargo…
si todavía sueño, es que no estoy perdida.
Es que algo dentro de mí
—aunque sea un hilo, una hebra, una brizna—
aún cree.

Y mientras tanto…
si el mundo no me sostiene,
entonces que lo haga este poema.
Que me sostenga el amor invisible
de quien lee esto y no se aparta.
Que me abrace la esperanza,
aunque llegue tarde.
Aunque llegue llorando.
Aunque llegue rota.

Porque a veces solo quiero irme.
Pero otras veces,
cuando el aire me roza suave,
cuando alguien me dice «te escucho»,
cuando mi alma escribe y se aligera,
entiendo que también puedo quedarme.

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