Dímelo ahora, en esta noche cerrada,
con un mosquito susurrando traición en mi oído.
Dicen que no hay enemigo pequeño,
y esta noche puedo jurarlo.
Me revolqué entre las sábanas,
intentando crear un escudo confiable.
Y aun así, el maldito
zumba con la osadía de un ladrón sinvergüenza:
zZZzzZzz… zzzZzZ…
Estoy borracha de sueño,
mis pasos tambalean en cámara lenta.
La caza del matamoscas parece una misión imposible,
pero la venganza me mantiene alerta.
Hasta Santino —que no se inmuta ni con el viento,
el trueno o un aguacero furioso—
se pone en guardia,
cual perro de leyenda,
como si el mosquito fuese un dragón,
y yo, la princesa de un reino invadido.
¡Qué escena ridícula y gloriosa!
Mi héroe peludo,
defendiendo mi honor contra un insecto
que sólo quiere mi sangre,
ese manjar clandestino.
Tranquilo, Santino, no es el coco.
Es solo un glotón con alas.
Y yo tengo un as bajo la manga:
un spray letal,
silencioso, certero,
más eficaz que cualquier conjuro.
Ven, quédate a mi lado.
Sentí tu calor, tu lealtad sin discurso.
Tú y yo, invencibles.
No habrá enemigos —ni grandes ni chicos—
que no dejemos rendidos.
Aunque, seamos honestos…
mañana seguro vuelve.
Pero hoy ganó la manada con sueño.